La muerte no fue producto de las llamas ni de un ahorcamiento, a pesar de la soga hallada alrededor del cuello. Según los primeros resultados de la autopsia realizada por el Cuerpo Médico Forense de la Policía Científica, el hombre, de aproximadamente 35 años, presentaba un fuerte golpe en la cabeza. El informe pericial indica una “causal de muerte ad referendum” y destaca un “traumatismo encéfalo craneano grave”.
Esto sugiere que los homicidas arrojaron el cuerpo en un baldío ubicado en la intersección de Guerrico y García Lorca, y lo prendieron fuego para eliminar cualquier rastro. No previeron, sin embargo, que el fuego podría apagarse y que un vecino, al pasar por la mañana, descubriría los restos humeantes.
La fiscal Romina Díaz se hizo presente en el lugar y ordenó una serie de medidas para detectar movimientos sospechosos durante la noche del jueves en las inmediaciones de la escena del crimen, buscando indicios sobre los responsables.
Se estima que el cuerpo fue abandonado entre la noche del jueves y la madrugada del viernes.
El cadáver fue hallado boca arriba, con las manos atadas a la espalda y una soga enroscada en el cuello. Las llamas afectaron la totalidad del cuerpo, consumiendo principalmente las piernas, aunque esto permitió a los forenses obtener cierta información, a pesar de las condiciones adversas para la investigación.
Los asesinos utilizaron ramas para avivar el fuego y la basura acumulada en el lugar sirvió como combustible.
No quedan dudas de que el asesinato fue un castigo o venganza por hechos previos. Detrás de este crimen subyace una historia que ahora deberá reconstruirse a través de cámaras de seguridad, testimonios, ciencia forense y, si es posible, a partir de la identidad de la víctima.