(Por Paola, privada de su libertad) - “…Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseados”.
Todo me hace remitir a la serie “En el Barro”, que se transmite por capítulos en el tanque de streaming Netflix y que explora la vida de un grupo de mujeres en prisión.
La serie tiene en común con la política actual la desvirtualización de la realidad frente a una cámara. Todo lo “verosímil” sigue detrás de las rejas y, en el pueblo, la mentira permanece en el discurso político y en la grabación.
La versión es totalmente ajena a la prisión actual e incluso a la de años atrás. Soy una privada de libertad y he estado en diferentes períodos desde 2002 hasta la actualidad, en distintos lugares de detención.
Si bien la cárcel cambió en casi su totalidad desde mi conocimiento, también cambió la sociedad. El primer ejemplo: desde la jerga hasta el caminar de la misma.
Me parece burlesco, burdo y malintencionado cómo se quiere mostrar la prisionidad femenina. La sociedad, con esto, se alimenta de algo que no sucede. Además, se nos medica con suplementos vitamínicos de odio, como hacen los grandes medios de comunicación hegemónicos con la violencia y las fake news.
Los que trabajan en los medios tienen que tomar conciencia del poder y la llegada que tienen al crear esta versión de cárcel. Los consumidores de series y los distintos tipos de espectadores del medio libre estigmatizan y discriminan; alimentan aún más el odio hacia los que estamos bajo medidas judiciales.
Les puedo decir en primera persona que estos lugares son depósitos de personas que viven hacinadas, con falta de salud, donde el derecho a la educación está lleno de obstáculos institucionales y trabas judiciales, con infraestructura nula.
Las mujeres con sus niños viven en las mismas condiciones hasta los cuatro años del pequeño. Luego está lo familiar o la familia sustituta. La mujer no solo pierde la libertad, sino también a su familia entera.
A raíz de esto, sus hijos a menudo sufren violaciones y abusos de todo tipo: físicos, de autoridad, de violencia, etc., aparte de la discriminación social.
Se sabe del maltrato patriarcal que vivimos; imagínense estando tras las rejas. A esto le sumamos el mercado monstruoso de mercaderes de prostitución, judiciales, drogas y trata, que fogonean con este tipo de mercadería cinematográfica y hacen apología de las miserias y socavan a cada una de nosotras.
¿Dónde están los movimientos feministas, las activistas? No las veo en las intervenciones judiciales detrás de algún reclamo o de la muerte de una compañera. Sin ir más lejos, acá, ahora.
¿Dónde están las que no se callan, las luchadoras? ¿O acaso no se ve lo que pasa? ¿Desde cuándo te dicen cómo tenés que pensar y qué te tiene que gustar, qué tenés que consumir?
En este tipo de series la mujer se ve como un producto, y me sorprende que actrices que tienen prestigio se presten para esto, así como actores y guionistas.
Desde acá trato de cuidar, concientizar y empoderar a mis pares mediante la inclusión, la educación, la cultura, el arte y la literatura. Trabajo todos los días sin nada monetario a cambio. Nos transformamos, desde el dolor, en herramientas restauradoras.
Desde la autogestión y el buen uso del celular logramos trabajar en comunidad por medio de diferentes proyectos. Pero siempre “somos las del problema”.
Imagínense lo que podrían hacer y la repercusión productiva y enriquecedora si la serie se enfocara con una mirada distinta: la que dan todos los días las compañeras que trabajan en cooperativas, que cumplen funciones en defensorías, profesores, talleristas, etc.
Nos destruimos para reconstruirnos, sabiendo que “solos no nos salvamos”. Pero eso no “cotiza” en bolsa.
La sociedad debe tomar compromiso, aportando desde donde se pueda, con conciencia, teniendo en cuenta que en algún momento, tal vez, volvamos a transitar juntos. Digo tal vez, si no nos morimos a cuentagotas o por alguna enfermedad o violencia institucional.
Este tipo de series no hacen más que manosearnos (como dice el tango al comienzo). Subestimar la comprensión también es menospreciar a la sociedad.
Abramos los ojos y reflexionemos qué tipo de consumo promueven y alimentan. ¿En qué momento te sacaron el poder de razonamiento?